Dharamshala (India).- La cúpula política y religiosa del Tíbet en el exilio ofreció este sábado una solemne ceremonia de larga vida («tenshug») al dalái lama, un antiguo ritual que ante su 90 cumpleaños se ha convertido en un acto de profundo significado geopolítico. Una apuesta contra el tiempo en la que la longevidad de un solo hombre define el destino de un pueblo.
En el templo principal de Tsuglagkhang, en la ciudad india de Dharamshala, los más altos lamas de las cuatro escuelas del budismo tibetano y de la tradición Bon se sentaron junto al Sikyong (líder político), Penpa Tsering, para rogar formalmente a su líder espiritual que posponga su entrada en el nirvana y continúe viviendo y enseñando.
La ciudad entera, hogar del exilio tibetano desde hace más de medio siglo, parecía haberse detenido para el evento. La mayoría de las tiendas de las estrechas calles de McLeod Ganj permanecían cerradas, mientras que los pocos cafés abiertos desde primera hora de la mañana estaban repletos.
En su interior, personas seguían la ceremonia en pantallas gigantes: peregrinos llegados de todo el mundo, monjes y monjas con sus características túnicas granate y un nutrido grupo de extranjeros conversos al budismo, todos congregados bajo un cielo monzónico.
Un dios-rey mortal
El momento central llegó con la aparición del propio dalái lama, que arribó en un pequeño vehículo descubierto, sonriendo y con las manos juntas en gesto de saludo.
El vehículo, un modesto carrito de golf adaptado, avanzaba lentamente en el centro de una doble escolta. Por un lado, decenas de guardaespaldas con semblante serio, tanto indios como tibetanos, formaban un férreo cordón de seguridad para protegerlo de cualquier amenaza física.
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Por otro, y caminando justo delante, un grupo de monjes le precedía con incensarios humeantes y el sonido de instrumentos rituales, despejando el camino de obstáculos espirituales. Era la perfecta metáfora de su vida: un hombre que requiere protección terrenal y una deidad que necesita salvaguardas sagradas.
A sus 90 años, necesitó la ayuda de varios asistentes para bajar, pero una vez en pie, caminó con paso lento pero firme entre las primeras filas de fieles, inclinando la cabeza en señal de reverencia y regalando su característica sonrisa, un gesto que provocó una ola de emoción y lágrimas entre los presentes.
Danzas, trances y cuernos sagrados
Dentro, la ceremonia comenzó con el sonido gutural de los cuernos largos tibetanos (dungchen). Antes de la procesión formal de las ofrendas, monjes ataviados con trajes de brocados muy decorados y máscaras elaboradas ejecutaron danzas rituales (Cham) Con movimientos a la vez solemnes y enérgicos, estos bailarines encarnan a deidades protectoras, limpiando simbólicamente el espacio de obstáculos para el ritual.
Uno de los momentos más intensos fue la entrada en trance del Oráculo de Nechung, el oráculo de Estado del Tíbet. Ataviado con un elaborado traje de varias capas y un pesado tocado, el médium comenzó a emitir sonidos guturales mientras su cuerpo se convulsionaba.
En su estado de trance, canalizando a la deidad protectora Dorje Drakden, se acercó al trono del dalái lama antes de desplomarse. Poco después, fue retirado del salón por los monjes.